viernes, 13 de enero de 2017

La cabeza

Caminaba desnudo por la calle.

El frío del invierno se pegaba a su cuerpo como una segunda piel pero él no lo notaba. Sus pies descalzos caminaban entre los cristales rotos de las casas que había en aquella zona de la ciudad que otrora había sido próspera pero que las guerras, la migración y el vandalismo habían convertido en una zona de exclusión, en un gueto donde por las noches se imponía el toque de queda.

Eran las 5 de la madrugada y su cuerpo, que volvía a tener aquél color ceniza disimulando el mapa de cicatrices de antiguas quemaduras que lo recorrían por completo, era una mole de miedo y pánico. El paso lento pero firme. Según se acercaba a su destino comenzó a arrastrar los pies como si la carga que llevaba entre los brazos fuera pesada.

Cuando alcanzó su objetivo cayó de rodillas y llamó a la puerta con un solo golpe de su mano, aquella mano que parecía la mano de un Golem; maciza y pesada, de carnes prietas para la que una caricia podría ser el camino a la tumba de aquél a quien acariciase. Esa mano golpeó una sola vez en la puerta metálica y el sonido que hizo se escuchó en varias manzanas alrededor.

Abrió la puerta un cuerpo de mujer perfectamente esculpido en bronce. Un cuerpo atlético y bien definido. Un cuerpo apetecible, de senos grandes y firmes, con muslos prietos. Un cuerpo perfecto que se movía de manera mecánica. Y su perfección sería absoluta si aquel cuerpo tuviese cabeza.

La mole grisácea que yacía postrada a sus pies le entregó su carga, una cabeza envuelta en telas manchadas de sangre, que había sido cortada milimétricamente para que encajase en el hueco que Ella tenía sobre los hombros, a la altura del cuello. El cuerpo cogió el regalo que le había sido traído y, con las dos manos, trató de ajustarlo si éxito. Tiró la cabeza a un lado, junto a las otras, y volvió a dentro.

Una lágrima escapó de uno de los ojos del Golem y sus palabras de angustia se perdieron en el hueco de su boca ya que él no tenía labios que pudiera darles forma.

Se levantó y con paso lento pero firme se dirigió a la ciudad a buscar una nueva testa para su amada.